Azken eguneratzea azaroa 7, 2019 arabera Javier Argudo
Siempre está allí, al pie de su parpadeante semáforo, el que le ilumina en la oscuridad de la noche. Su vestimenta varía entre las tres opciones que le ofrece el guardarropa. Nunca faltan esos guantes recortados por los que asoman sus agrietadas manos agarrando, con la fuerza de la supervivencia, un envejecido paquete de pañuelos. Su triste y amarillenta mirada rebota sobre los cristales de los coches, pocos corazones se reblandecen ante esa sonrisa que tanto choca con su estrella apagada.
LA FELICIDAD DEL FÚTBOL
14 ekaina 1974, once futbolistas se alinean ante la tribuna del Westfalenstadion de Dortmund. Sobre el pecho de cada uno de ellos la estampa de un fiero leopardo circundado por la leyenda “Léopards Zaïre” que ocupa la práctica totalidad de su camiseta amarilla. Una zamarra rompedora con el clasicismo del fútbol de los setenta y que, de por sí, anticipa el acontecimiento histórico: por vez primera una selección del África subsahariana disputa la fase final de un mundial. Por delante quedaban tres partidos que dejaron otras tantas imágenes grabadas en los anales de los mundiales.
Aquella primera vez puso de manifiesto la diferencia futbolística entre África y el resto del mundo. Algo que fue revirtiéndose mundial a mundial. De cuatro en cuatro años, los países del continente eterno empezaron a presumir de un fútbol físico y alegre; de un juego valiente, capaz de llenar de felicidad ya no solo a sus países de origen sino a todas aquellas personas que arrastran, por cualquier rincón del planeta, el pesar de abandonar su tierra. Aquella gente triste, durante noventa minutos siente reparado su orgullo.
EL HECHICERO NEGRO
Entre todos aquellos pioneros es necesario rescatar un apellido, Mavuba. Un apellido que quedaría ligado para siempre al fútbol en una de las historias más conmovedoras que puede ofrecer el esférico guionista.
Riki Mavuba Mafuila era un fino centrocampista que destacaba en aquel combinado formado a la orden del dictador Mobutu. Con un toque genial del balón se ganó el apodo de “hechicero negro” al ser capaz de golear desde el córner con pasmosa facilidad.
Hala ere, la vida de un prestigioso futbolista africano en los años setenta era muy diferente a la actual, el salto a Europa era algo impensable. Con suerte se abrían las fronteras de algún país protectorado ofreciendo una vida modesta. Fue el caso de Mavuba, zer, tras ganar la Txapeldunak africana de clubes y la Copa de África de naciones, llegó a una avanzada Angola para poner el broche final a su carrera. Allí conoció a Teresa y planificó su vida en aquel, hasta entonces, tranquilo país.
Las cosas pronto cambiarían, Angola se agitaba para liberarse del yugo luso. Se avecinaban tiempos revueltos. A la ansiada independencia siguió el estallido de una de las guerras más cruentas y longevas de la historia contemporánea.
EL PELIGROSO VIAJE EN PATERA
Los Mavuba no encontraron mejor salida que subirse a una patera y echarse al mar. El reconocimiento y los éxitos futbolísticos del “hechicero” pertenecían ya a otra vida que parecía haber caído por la borda de la embarcación. A su lado, Teresa llora sin desconsuelo. Sus lágrimas se mezclan con el agua que encharca la barca, acaba de dar a luz, en un lugar indeterminado del Océano, a un bebé de incierto futuro.
Pero el sinuoso mar mece de forma paciente aquella patera, como si de una cuna se tratase, las olas marcan el compás de la nana más salada jamás cantada. Milagrosamente el bebé llega sano y salvo al puerto de Marsella. urtea zihoan 1984 y Teresa lo tenía muy claro, se llamará Río, pues el agua corría por las venas de aquel niño.
EL HIJO DEL MAR
“Nacido en el mar”. Así de simple, así de duro. El pasaporte del joven Río Mavuba pone de manifiesto su insignificancia en el mundo. A nadie importa en Francia, a nadie importa en África. Río no es de nadie, es un apátrida, pertenece al mar.
Río no sabe dónde nació, más allá que a bordo de una patera. Su madre murió cuando tenía dos años, su padre cuando tenía doce, “era muy pequeño para hablar de esos temas, aunque seguramente ni ellos lo sabrían”. De su madre no recuerda nada, de su padre demasiado poco, “las tardes juntos en el sofá intentando ver los partidos de fútbol de un codificado Canal Plus”. Eso les unía, el amor al fútbol, y eso fue lo que le hizo reponerse a todos los reveses de la vida. Quién sabe si para sentir más de cerca el recuerdo de su padre.
Mavuba consiguió entrar en la prestigiosa escuela del Burdeosko girondioak, allí rompería todas las puertas. Con apenas 19 años debutaba en primera. Entonces empezó a importar, al Congo –nuevo Zaire-, a Angola… a Francia. Se pelean por aquel joven que no se siente de nadie. La lógica del que no puede entender de patriotismos, le hace decantarse por lo único que conoce. En verano de 2004, Río Mavuba debuta con la selección absoluta de Francia, con un pequeño detalle que hace que el país galo ponga el grito en el cielo, no tiene la ciudadanía francesa. Algo que se arreglaría gracias a su nuevo estatus.
“Por fin tengo un país, hasta ahora solo tenía una barca”
Río Mavuba. Herrialdea. 04/10/04
Bajo los apodos “el nuevo Makelele” o “el pequeño Tigana” llegó a España a cambió de siete millones de euros, una cantidad de dinero capaz de detener una guerra. Berak Villarreal, el equipo de moda del fútbol español, se hacía con sus servicios. El destino quiso que aquel pequeño nacido en el mar recalara en el submarino. Pero en el conjunto entrenado por Pellegrini no tendría demasiadas oportunidades y en enero regresaría a Francia para hacer historia con el Lille. Ganaría una liga y pasearía su apellido por los mejores estadios de Europa.
La cúspide de su carrera y el guiño al destino aún estaba por llegar, sería el 13 Maiatza 2014, noiz Didier Deschamps incluía el apellido Mavuba en la lista de seleccionados franceses para el mundial de Brasil. 40 años después se cerraba el círculo futbolístico de los Mavuba, confirmando una historia de superación difícil de imaginar. Seguro que desde el cielo, su padre, vio cómo su hijo debutaba en el Mundial sin necesidad de entornar los ojos, sin tener que de descodificar el mar.
Me cuesta ver las imágenes de las pateras llenas de africanos llegando a Europa. Son muy duras. Son gentes que quieren buscar una mejor vida en otro país y lo arriesgan todo.
Río Mavuba. Herrialdea. 25/09/2007