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Jugoslavia, McDonald's eta utzi zuen futbola

Azken eguneratzea apirila 10, 2020 arabera Javier Argudo

-ren izena Thomas Friedman no despierta ningún sentimiento especial entre los aficionados al fútbol. No fue uno de los miembros originarios del Old Etonians, ni tampoco formó parte de aquella plantilla del Manchester United que sufrió el trágico accidente de avión. Izan ere, teniendo en cuenta que es un periodista estadounidense, seguramente no sepa ni lo que es un fuera de juego. Beraz, ¿qué tiene de relevante el bueno de Thomas Friedman para que asome la cabeza en este artículo sobre fútbol noventero? Aunque parezca surrealista, Friedman, McDonald’s, Jugoslavia y el Fútbol (pongámoslo con mayúscula, ¿por qué no?) guardan algo de relación, y como el confinamiento produce los mismos monstruos que “el sueño de la razón”, me he propuesto poner en juego esta delicada serie de términos. Que nadie desespere, el fútbol es vida, y como vida que es, guarda relación con infinitos aspectos de la sociedad. Un par de ideas para comprender qué pinta Friedman en todo esto y qué ocurrió en Yugoslavia en la última década del siglo XX y volvemos al fútbol.

Este periodista oriundo de Minnesota, donde no se fundó un equipo de fútbol hasta hace diez años, publicó en 1996 una pequeña columna de opinión titulada “La teoría de los arcos dorados”. Las páginas del New York Times recogieron las ideas de Friedman, quien tenía en mente a la cadena de restaurantes McDonald’s cuando hablaba de “arcos dorados”. Esta teoría se apoyaba en la idea de que nunca se había dado (ni se daría) una guerra entre dos países que tuvieran dentro de sus fronteras uno de estos locales de comida rápida. Argi dago, Friedman no se agarraba al poder pacificador del Happy meal. Partiendo de la concepción de un mundo que hasta finales de la década de los 90 había estado dividido en dos grandes bloques ideológicos, era lógico que dos países que hubieran dejado entrar al payaso de McDonald’s, dos países plenamente capitalistas, no tuvieran un conflicto armado. Pero Friedman se equivocó. Urtean 1999 la OTAN bombardeó Yugoslavia en el contexto de la guerra de Kosovo, el McDonald’s de Belgrado (curiosidades de la vida) fue saqueado y destrozado por los belgradeses y la Teoría de los Arcos Dorados se desmoronó, aunque es cierto que Friedman intentó reflotarla al alegar que el ataque fue obra de la OTAN y no de un país concreto. Zalantzarik gabe, el que no se consuela es porque no quiere.

Ni siquiera el McDonald’s pudo evitar el bombardeo de Belgrado. Es verdad que Yugoslavia se hallaba inmersa en una vorágine autodestructiva desde que Croacia declarara su independencia en junio de 1991, pero las bombas cayendo sobre la capital yugoslava supusieron la constatación definitiva de que la vida no volvería a ser igual en los Balcanes. Lo cierto es que el Mariscal Tito, Jefe de Estado de Jugoslavia desde el fin de la II Guerra Mundial hasta su muerte en 1980, había conseguido estabilizar el país, convirtiéndolo en uno de los más prósperos dentro del bloque comunista (aunque bien es cierto que Tito llegó a romper con Stalin y el socialismo yugoslavo siguió una línea diferente a la marcada por la SESB). La personalidad de Tito, y por supuesto el férreo control de la sociedad, consiguieron que los conflictos nacionalistas no afloraran en Yugoslavia, asegurando la prosperidad de un país que, desde la perspectiva del fútbol, era la envidia de muchos.

La liga yugoslava era un auténtico espectáculo. Equipos como Partizán, Izar Gorria, Hajduk Split, Zagrebeko Dinamo o Velez Mostar atravesaban Jugoslavia todos los fines de semana, dejando de lado rivalidades nacionalistas y luchando por conquistar la gloria futbolística. Hala ere, los equipos verdaderamente poderosos eran los serbios, siendo buena muestra de ello el hecho de que 30 de las ligas disputadas entre 1945 y 1991 fueron ganadas por Partizán o Estrella Roja. Izan ere, los últimos años de la liga yugoslava fueron dominados por el segundo, quien además de ganar cuatro de los últimos cinco campeonatos, conquistó la Copa de Europa en 1991 tras una agónica tanda de penaltis contra el Olympique de Marsella.

Si uno anda por Belgrado y tiene la suerte de pasar cerca del “pequeño Maracaná”, nombre con el que se conoce popularmente a la casa del Izar Gorria, podrá entender cómo este equipo llegó a conquistar la máxima competición europea. Hace ya unos ocho años que estuve en Belgrado; la ciudad me fascinó, la gente me sorprendió (para bien) y la comida me volvió loco. Cuando alquilé el apartamento, en una época en la que Airbnb no existía y en la que los móviles no tenían internet, estaba convencido de que había alquilado un piso en el centro de Belgrado. El anuncio decía que estaba cerca del Palacio de Tito, por lo que a mi entender, debía estar cerca del centro. Tal y como bajé del avión pregunté como buenamente pude y cogí un autobús que me llevara lo más cerca posible de la calle en la que me esperaba el casero.

Tras cerca de una hora de autobús viendo cómo me alejaba del centro llegué a la parada que me gruñó el chofer. Llamar parada a aquello es ser bastante optimista, se trataba de un banco sin respaldo y de un palo de hierro que había sido arrancado del suelo pero que seguía unido al mazacote de cemento. Cuando bajé, allí estaba el casero. Sonrisa yugoslava de oreja a oreja, cadena de oro y un inglés innegablemente balcánico, pero nunca olvidaré aquella frase: “Hello my Spanish friend! You chose well, here your appartment, there Red Star stadium”. Estaba en el culo de Belgrado, eso era innegable, pero tenía el Rajko Mitic al lado de casa. Unos exteriores blancos y rojos que custodiaban años y años de historia y que en 1975 habían sido testigos de cómo más de 100.000 personas asistían a una semifinal de bildu contra el Ferencvaros. En aquel estadio el Izar Gorria se había afianzado como el equipo más fuerte de Yugoslavia y había ido superando fase tras fase hasta que se alzó con la Copa de Europa el 29 Maiatza 1991.

Pero poco menos de un mes después de aquella tremenda victoria la situación de Yugoslavia cambió para siempre. Tras la muerte de Tito habían resurgido los sentimientos nacionalistas que llevaban años apagados; y bastó poco más de una década para que todo el país comenzara a sumergirse en un baño de sangre. Berak 25 ekaina 1991 se produjo la declaración de independencia unilateral de Croacia, aunque no tuvo efectos hasta octubre. Las minorías serbias de Croacia proclamaron a su vez una República autónoma en el interior del territorio croata, y el Ejército Yugoslavo fue enviado para enfrentarse a las recientemente creadas fuerzas armadas de Croacia. La declaración de independencia croata no tuvo lugar de la noche a la mañana, se trató de un proceso paulatino que tarde o temprano alcanzaría su cenit, y si no, que se lo pregunten a los asistentes del Dínamo de Zagreb – Estrella Roja que se jugó el 13 Maiatza 1990.

Pocos días antes del partido, la Unión Democrática Croata (partidaria de la independencia) había ganado las elecciones, lo que supuso una mayor profundización del proceso independentista. La tensión política y social se vivía en las calles, y como no, futbolean. Aquel día los Bad Blue Boys ren Dínamo de Zagreb estaban frente a los Delije ren Izar Gorria, en aquel entonces dirigido por Arkan, quien a la postre fue un líder militar serbio acusado de cometer crímenes de guerra. Sentimientos políticos, nacionalistas y raciales fueron llevados de la calle al estadio y del estado a los propios jugadores. Tras un enfrentamiento en las gradas que se tradujo en represión de la policía serbia sobre los seguidores croatas, Zvonimir Boban, futura estrella del Milan que en aquel momento militaba en las filas del Dínamo de Zagreb, observó como un policía apaleaba a un aficionado croata. “Fue una injusticia. A nuestros aficionados la policía no les trató con la misma mesura. Antes y durante el partido en Zagreb, los ultras del Estrella Roja empezaron a destrozar todo. La Policía permaneció inmóvil, y cuando los nuestros empezaron a defenderse, fue entonces cuando sí tomaron medidas. Estaban organizados para horrorizarles”. Sin pensárselo dos veces echó a correr hacia el policía, propinándole una de las patadas más famosas de la historia del fútbol. Famosa no por partir la tipia y el peroné de algún crack mundial, sino por personificar la rabia y la tensión contenida por los distintos pueblos de una Yugoslavia que se resistía a ceder a las presiones nacionalistas.

boban ostiko
La famosa patada de Boban a un policía (Apuntatu)

La guerra continuó y la Liga yugoslava perdió todo su esplendor. No solo los aficionados del Estrella Roja pasaron de la alegría del título europeo a la descomposición de la plantilla y los horrores de la guerra, sino que gran cantidad de las estrellas yugoslavas pusieron tierra de por medio más pronto que tarde. Vlada Stosic, quien dio gratas tardes de fútbol a la parroquia bética puso rumbo hacia el Mallorca tras ganar la Copa de Europa con el Estrella Roja; Davor Suker dejó el Dínamo de Zagreb para recalar en el Sevilla; Zvonomir Boban dejó de ser compañero de Suker en el Dínamo para dirigirse al Bari un año después de aquella patada que cambió el fútbol yugoslavo; Robert Jarni, célebre croata que es recordado con cariño en el Villamarín también puso rumbo al Bari; Robert Prosinecki, no sin contratiempos burocráticos, fue traspasado al Real Madrid; y Nire Kodroa, mítico jugador Bosnio que dejó su impronta en el País Vasco, abandonó el Velez Mostar para recalar en la Real Sociedad.

Hubo muchos más jugadores y equipos afectados por las Guerras yugoslavas, pero sería imposible recogerlos aquí. Todo el país sufrió las penurias de una confrontación que se alargó hasta final de siglo y que dejó grabado en la memoria sucesos atroces como la matanza de Srebrenica. Existe controversia sobre quien pronunció aquello de “el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes”. No se sabe a ciencia cierta si fue Zakuak o Valdano, pero lo cierto es que a la frase no le falta un ápice de razón. Jugoslavia se destruyó, Europa volvió a ser testigo de un genocidio y se crearon heridas que ni tres vidas podrían sanar (hasta ahí lo importante). Pero el fútbol yugoslavo también fue demolido (aquí comienza lo menos importante). Uno se maravilla al imaginar cómo podría ser hoy en día un combinado yugoslavo. Quizás se habría alzado con algún Mundial o Eurocopa y países como España o Francia contarían con un palmarés menos abultado. Pero tras una década de sangre y fuego, el país y su fútbol no volvieron a ser lo mismo. Los aficionados del Estrella Roja siguen peregrinando domingo tras domingo a su pequeño Maracaná, pero cuando muchos de ellos bajan del autobús en aquella parada, hoy reducida a un palo de hierro y un banco sin respaldo, seguramente crean que otro tiempo pasado fue mejor. Piensan que el Crvena Zvezda no volverá a traer una Copa de Europa a Belgrado, y que Friedman y su Mcdonald’s, desde la tranquilidad que otorga el New York Times, no pudieron salvar el fútbol de la vieja Yugoslavia.

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