Última actualización agosto 21, 2019 por Javier Argudo
Multiusos de San Lázaro, 12 de octubre de 1996. En el minuto 35 del partido Compostela-Barcelona, Ronaldo recupera un balón en su propio centro del campo, apenas catorce segundos después y tras superar a ocho rivales celebrará uno de los goles más impactantes de la historia del fútbol tras batir a Fernando Peralta, portero del Compos.
William, Bellido, Passi, Fabiano, José Ramón, Mauro, Chiba y Fernando cayeron uno tras otro incapaces de frenar al Fenómeno. Fue imposible impedir que aquel inmaculado balón blanco se alojara en la meta compostelana.
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Fuerza, velocidad, calidad, regate, temple y definición; todas las cualidades se plasmaron en aquella jugada que selló la entrada del brasileño al salón de los legendarios del fútbol. Ronaldo emergía como el futbolista del momento, el astro que marcaría época. Nike no dudó en utilizar aquella jugada -tras comprar los derechos de la retransmisión a la Liga– en un magistral spot publicitario para conmemorar su elección como como mejor futbolista del año: “¿Qué pasaría si le pidieras a Dios que te hiciera el mejor jugador de fútbol del mundo y él te escucha?”.
Lo que nadie se imaginaba aquella noche de octubre de 1996 que la defensa de la que Ronaldo se deshizo en menos de medio minuto continuaría defendiéndose durante más de una década. Aquellos jugadores se enfrascaron en tedioso proceso judicial para defender sus derechos de imagen ya que entendían que la marca deportiva los había vulnerado. Lo peor es que volvió a ser batida, esta vez por un gol aún más doloroso. En 2009 el diario El Mundo daba la noticia de la resolución del juicio con el hiriente titular: “Humillados por el gol de Ronaldo y sin un euro”.
Como curiosidad cabe decir que los ocho futbolistas que aparecen en el anuncio calzaban botas de una marca comercial distinta. Pero no todos denunciaron. El último escollo de Ronaldo para marcar aquel gol antológico, el portero del Compostela, fue el único que no denunció. Y es que Fernando Peralta, sin duda, era un tipo hecho de otra pasta, con una paz interior fuera de lo común.
En ningún momento imaginé que iba a llegar hasta delante de mí. Eran muchos metros los que había por delante y tenía muchos compañeros míos a los que superar, pero hizo todo lo que tenía que hacer y lo logró.
Fernando Peralta. Mundo Deportivo. 31/01/2018
EL PORTERO DEL SEMINARIO
Mucho antes de aquello, allá por los ochenta, el veinteañero Fernando era el portero titular del CD Málaga en primera división, tenía por delante un futuro prometedor. Tanto como por su precocidad llamaba la atención por su peculiar manera de afrontar su propia vida.
Sin lugar a dudas era un futbolista diferente, ya no era por el simple hecho de vivir de manera distante la fama que empezaba a englobar si no porque llevaba una vida totalmente ajena a todo el circo mediático que podía aglutinar su persona. Como indicaba en 1984 el diario El País era “seguramente el único futbolista profesional español que vive en un seminario”.
Ni céntricos pisos, casas modernas o lujosos hoteles. Fernando Peralta tras detener un disparo a Maradona o atrapar un centro de Schuster, se evadía del mundo en la residencia del seminario donde se preparaban los cuarenta seminaristas que había entonces en Málaga.
“Muchas mañanas desayuna con el obispo de la diócesis malagueña que le anima constantemente para que se supere en su profesión. Sus compañeros, los seminaristas, rezan por él todos los domingos para que le salga bien el partido y para ayudarle en su intento de mantener su portería a cero.”
Pedro Luis Gómez. Diario El País. 05/05/1984
Fernando no se limitó a aislarse en su pequeña habitación, si no que acataba las normas del seminario como uno más. Apenas salía y cuando lo hacía regresaba antes de las 22.30h, le gustaba respetar los horarios de las comidas, las misas eran diarias pero no obligatorias, veía la tele cuando estaba permitido y disfrutaba del mejor hobby entre los seminaristas: charlar. No escondía su satisfacción por vivir en el “lugar idóneo para un deportista” del que no pensaba trasladarse si no fuera por “un cambio de estado civil o de equipo”.
Allí seguramente consiguió la paz necesaria para ver la vida de forma pausada y proseguir con sus estudios universitarios mientras defendía, con una inconfundible estampa de bonachón y frondoso bigote, las porterías de todos los campos de España.
EL SUPERCOMPOS
La carrera de Fernando no llegó a cumplir las altísimas expectativas de sus primeros años de carrera cuando parecía que recalaría en uno de los gigantes. Tras jugar seis temporadas con los malagueños, la mitad de ellas en primera, se enroló en el Sevilla para jugar otras cuatro en la máxima categoría. Tras su paso por la capital andaluza volvió a su Málaga, antes de recalar en el Castellón donde acaba jugando en 2ªB en 1995, momento en el que la SD Compostela le brindó la oportunidad, ya con 34 años, de volver a lucir sus inconfundibles pantalones blancos en la Liga de las Estrellas.
La SD Compostela era un humilde club que tras un rápido ascenso desde Tercera División se plantó en Primera División en 1994. Ataviados con su original camiseta bicolor, el Compos era el típico equipo simpático para el aficionado neutral, ese equipo que parece que está abocado al descenso al inicio del campeonato. Contra todo pronóstico logró mantener la categoría durante cuatro años y se convirtió en un equipo mítico de los noventa.
No quedó ahí la cosa, con grandes jugadores como Fabiano, Ohen, Penev o Nacho y dirigidos desde la banda por un jovencísimo Fernando Vázquez, derrotaron a todos los equipos grandes de la Liga e hicieron del Multiusos de San Lázaro un fortín. El ya por todos denominado como Súper-Compos consiguió ser el mejor equipo gallego y alcanzar en 1995 el meritorio subcampeonato de invierno, por delante del Real Madrid y Barcelona.
El Compostela perdió la máxima categoría en 1998, cuando ya no contaba con el apoyo de los rezos de los curas malagueños, tras dos campañas Fernando se había retirado. Como metáfora a la peregrinación cristiana Fernando dijo adiós en la Ciudad Santa. Allí, a los pies de la Catedral de Santiago, pasó a la historia del fútbol por no parar un balón, un gol que no le humilló ya que no fue capaz de batir la paz interior del seminarista.
Los seminaristas son personas como deberíamos de ser todos. Los conozco bien y puedo afirmar que no hay uno sólo que no esté dispuesto a dar todo por alguien que le hiciera falta. Van con el bien por delante. Si hubiera muchos como ellos, a todos nos iría mejor.
Fernando Peralta. Diario El País. 05/05/1984