Última actualización agosto 9, 2020 por Javier Argudo
La historia de la selección española de fútbol está llena de anécdotas curiosas. Hoy repasaremos la de los futbolistas que fueron apartados del equipo nacional por diversos motivos. Uno de ellos, además, de forma perpetua.
PAHIÑO
Manuel Fernández Fernández "PAHINO" fue uno de los grandes jugadores de la historia del Celta y del Real Madrid. Nacido en Vigo el 21 de enero de 1923, fue fichado a los diecinueve años por el conjunto celeste procedente de dos equipos, un caso insólito en el mundo del fútbol. Pahiño habia jugado en los juveniles del Navia y de ahí recibido ofertas de dos equipos de la categoría regional gallega: el Arenas de Alcabre y el Victoria. Y decidió fichar por ambos, de modo que, como coincidían los horarios, jugaba una semana con unos y la siguiente con los otros, una duplicidad de ficha que se permitió al no ser impugnada por ninguno de los dos clubes.
Los cinco años que Pahíño defendió la camiseta del Celta fueron un rotundo éxito en lo personal y también en lo colectivo. El futbolista se convirtió en una de las figuras de la Primera División, consiguiendo su primer trofeo Pichichi con los celestes. 23 goles habían sido decisivos para que los vigueses acabasen cuartos en la Liga del curso 1948-49 y disputasen, además, la final de la Copa del Generalísimo ante el Sevilla. Esto hizo que el joven delantero recibiera la llamada de la selección.
Pahíño se alineó por primera vez con España en junio de 1948 en Zurich para enfrentarse a Suiza, encuentro que finalizó con empate a tres goles y en el que el delantero del Celta logró el último de los tantos. Lo que el atacante no sabía es que había sido sentenciado antes de comenzar el encuentro. El jugador gallego venía precedido de cierta fama de “rojo”, un hombre aficionado a la literatura rusa, que procuraba esquivar las alabanzas que otros hacían al régimen franquista y la gota que colmó el vaso se produjo por una supuesta falta de respeto a las palabras de un hombre fuerte del régimen.
Era usual que en aquellos años algunos militares acompañasen a la selección española en los encuentros que ésta jugaba fuera e incluso lanzasen alguna clase de soflama antes de comenzar el partido para motivar a los futbolistas. A Suiza acudió el general Gómez-Zamalloa, gallego como Pahiño, que tenía un marcado pasado como combatiente en la Guerra Civil y en la Segunda Guerra Mundial- había sido coronel en la División Azul- y que más tarde sería gobernador del África Occidental Española y tendría un papel relevante en la Guerra de Ifni. Un hombre de carácter, de pocas bromas y uno de los pesos pesados del franquismo.
Allí, en el vestuario, soltó la arenga de rigor a los jugadores que finalizó con un: «y ahora, muchachos, cojones y españolía». A lo que Pahiño respondió con una risa muda y una marcada sonrisa, lo suficientemente evidente para ser captada por el general y los otros militares que le acompañaban. Se recordó que el jugador tenía la extraña afición de leer novelistas rusos y que, encima, se permitía el lujo de faltar al respeto a un héroe de la patria.
Además de jugar contra Suiza, disputó el segundo encuentro de la gira que realizaba la selección, contra Bélgica, en el que volvió a anotar y, a su regreso a España, el general solicitó que no se volviera a llamar a la selección al delantero gallego. Los medios del régimen, como el diario Arriba, le llamaron “irrespetuoso con los símbolos de la Patria”, llegando, además, a escribir textualmente: “qué se puede esperar de un individuo que lee a Tolstoi y Dostoievski”. No necesitaban más evidencias, Pahiño fue apartado de la selección.
Aquella sonrisa le salió cara. Se le prohibió acudir con España al Mundial de Brasil de 1950, apartándole hasta de la preselección de cuarenta futbolistas de donde saldría la lista definitiva para la cita más importante en el mundo del fútbol. De poco le sirvió fichar por el Real Madrid, equipo del que era aficionado desde niño y al que, curiosamente se ofreció por medio de una carta enviada personalmente por el propio jugador al club madrileño. También envió otra al Sevilla, fue llamado por ambos equipos, pero pesó más su madridismo y fichó por el equipo merengue con el que conseguiría un nuevo trofeo Pichichi en la temporada 1951-52.
Ocho años le duró la sanción (que nunca fue reconocida como tal). A los treinta y cinco años, disputó, a modo de homenaje, su tercer y último partido como internacional. Una carrera de éxitos, tanto en el Celta, como en el Real Madrid, sin olvidar otras tres en el Deportivo de La Coruña donde siguió haciendo goles. Finalmente, colgó las botas en Segunda División en las filas del Granada. Una vida deportiva que pudo haber sido aún más exitosa si no hubiera sonreído aquella tarde en Suiza, ni hubiera hecho pública su pasión por las obras de Dostoievski, claro.
CASUCO
Unos años antes, había sido apartado del combinado nacional otro futbolista y está vez, por la propia Federación Española de Fútbol y a perpetuidad.
Las razones fueron muy distintas y mucho más comprensibles que las sonrisas, más o menos afortunadas o irrespetuosas, del delantero gallego. El protagonista de la desagradable historia fue el asturiano Julio Fernández García “Casuco”, extremo derecha de la famosa “delantera eléctrica” del Real Oviedo, a donde había llegado en 1932 procedente del equipo de su villa natal, el Stadium Avilesino (hoy, Real Avilés).
Casuco destacó como un jugador muy veloz y con una habilidad especial para el regate, aunque le costó hacerse un hueco en el equipo titular carbayón, pasando la primera de sus temporadas como jugador azul en blanco, sin disputar partido oficial alguno. Pero pronto las cosas cambiaron positivamente para él y en el año 1935, fue convocado por el seleccionador Amadeo García de Salazar para la disputa de dos encuentros amistosos que tendrían lugar contra Portugal y Alemania los días 5 y 12 de mayo.
El primero de disputaría en la capital portuguesa y el segundo en la ciudad alemana de Colonia. En el partido de Lisboa, que finalizó con empate a tres goles, tantos españoles logrados por el también oviedista Lángara, en dos ocasiones, y Gorostiza. Casuco estuvo en el banquillo y no disputó ni un solo minuto, pero obtuvo la promesa de Salazar de que debutaría con la selección en el segundo partido de la gira.
Tras la disputa del encuentro, la Federación de Fútbol de Portugal organizó una cena para los jugadores y directivos de ambas selecciones. Al finalizar la misma, un grupo de jugadores españoles acudieron a un cabaret. Allí, Casuco, fue el protagonista de un más que desagradable incidente. El delantero oviedista palmeó, en un acto inaceptable, el trasero de una de las camareras del local cuando pasaba al lado de la mesa donde se encontraban los jugadores españoles. La empleada del local devolvió el agravio sufrido con un bofetón al que respondió el delantero asturiano con otra sonora bofetada, según relata la prensa española de la época (o con un puñetazo, según las crónicas portuguesas).
Tras la agresión del delantero español, un camarero y algunos clientes acudieron en defensa de la chica, provocándose inmediatamente una lamentable pelea entre españoles y portugueses que solo la policía, avisada por personal del local, pudo frenar. Casuco acabó detenido y tras pasar la noche en una comisaría lisboeta y, gracias a las gestiones de los directivos de la Federación Española de Fútbol y de la propia embajada española, fue puesto en libertad sin cargo alguno. No tuvo, pues, consecuencias judiciales, pero sí deportivas.
El seleccionador nacional envió al delantero del Oviedo directamente a la capital asturiana y no viajó a Alemania (perdiéndose la opción de debutar en un encuentro histórico en el que España acabaría imponiéndose por un tanto a dos) y el presidente de la Federación Española de Fútbol, Leopoldo García Durán, anunció que el jugador carbayón no vestiría jamás la zamarra de la selección española al haber deshonrado a la misma.
Y así fue, perdió definitivamente la oportunidad de ser internacional que había rozado. Casuco aún disfrutaría un año más del fútbol en el Real Oviedo hasta el estallido del conflicto bélico en España. Durante la Guerra Civil se alistó en el ejército republicano y falleció en 1938 en la sangrienta “batalla del Ebro”, tras una semana de lucha contra las heridas que había padecido en el frente.