martes, diciembre 3, 2024

El hincha es garantía de pasión y su camiseta es sagrada

Última actualización abril 3, 2020 por Javier Argudo

Las camisetas de fútbol, bendita droga para muchos. Seguro que si estás leyendo esto tienes en tu armario por lo menos una. Tal vez sea un recuerdo de tu niñez y de las miles de finales de la Copa de Europa que jugaste junto a tus amigos después del colegio; o a lo mejor guardas por ahí colgada una maglia que te trajiste a modo de souvenir de ese precioso viaje a Italia. Algunos atesoraréis decenas, puede que incluso podáis contarlas por cientos o miles. Todas son especiales, todas te transportan a un remoto lugar de tu memoria, y aunque a todas les tengas cariño, no hay ninguna como la de tu equipo. No es una simple prenda que sigue una moda, la zamarra para un hincha es sagrada porque es el símbolo máximo de pertenencia y amor infinito hacia su club.

Y es primeramente un símbolo porque, como todo símbolo, identifica. En este caso asociamos unos colores y un diseño concreto a un conjunto. Si eres español sabes que las rayas verdiblancas son del Betis, la arlequinada azul y blanca del Sabadell y la franja roja sobre un fondo blanco es del Rayo Vallecano.

La pertenencia es intrínseca a la camiseta, se la da tu intrahistoria. Vas al estadio de tu ciudad y ves saltar a once hombres que visten exactamente igual a como lo hacían cuando tu padre, tu abuelo y hasta tu bisabuelo iban a la cancha. Y es en ese preciso momento cuando sientes a tu lado a los que ya se fueron, y de una extraña manera sabes que están contigo en la grada. Es un legado, una herencia que en tu familia va pasando de generación en generación. Y aunque tú ya no vivas en la ciudad de tu equipo, cada vez que te pones su camiseta recuerdas tus raíces, quien eres y de dónde vienes.

Ponerse una zamarra del amor de tus amores para ir al campo no es una cuestión baladí. No es un oufit casual para ir cool, no. Es una forma de expresar públicamente tu comunión con una forma de vida. Porque cada club tienes unos valores que transpiran cada costura y cada hilo que llevas sobre tu piel. Cuando vas de local y luces tu camiseta cumples con la máxima expresión de orgullo hacia tu tierra, el mismo orgullo con el que un gaditano se pone su disfraz y se pinta dos coloretes cada febrero. Y cuando esta indumentaria la usas en cancha ajena, es la mayor armadura para la aventura quijotesca de luchar contra las gigantes trabas que el fútbol y la sociedad moderna nos ponen para disfrutar de esta bendita locura.

Pero si la poesía cada vez tiene menos cabida en nuestros días, menos sitio aún tenemos los románticos en el balompié, y ya no decir en el mundo “camisetero”. Yo me emociono cuando veo que el equipo visitante viene a jugar a mi estadio con su indumentaria habitual y me enervo cuando el mío fuera de casa usa el color negro, rosa, naranja, amarillo o cualquier otro tono extraño que no le vino heredado de las islas británicas. Recuerden que, por muy bonita y modernas que sean las nuevas equipaciones, en los años ochenta Meyba y Adidas lograron alcanzar el cénit. Y ellos innovaron, que conste, pero una cosa es innovar y otra muy distinta es degenerar.

Degenerar es perder los símbolos, es perder la tradición, y al perder la tradición abandonamos la pureza y dejamos de conservar aquello que nuestros padres y madres nos inculcaron, es decir, traicionamos nuestro legado, nuestra intrahistoria y hasta nuestra propia sangre. Por eso odio ver un encuentro de la Champions League y que ambos conjuntos vayan con uniformes alternativos. Por eso detesto ver al Madrid de verde en el Bernabéu, al Barcelona a cuadros o a rayas horizontales en el Camp Nou y al Betis sin sus barras verdes y blancas en Heliópolis.

Y en este mundo que desnaturaliza y relativiza desde la política a la moral, las camisetas no se salvan. El poderoso caballero ha logrado que las escuadras se prostituyan para vender más y aumentar sus ingresos. Y no se equivoquen, no buscan romper la esencia para puntualmente recibir más dinero en sus arcas, no, por desgracia todo forma parte de un maquiavélico plan. Entradas más caras, horarios imposibles y simbología ausente o destruida. Con todo ello matan la pasión y logran que te sientas menos identificado en esta película. Seguro que alguna vez has pensado “esto ya no es lo que era”, y cuando ese pensamiento te envuelve, el fin está cerca. Las tribunas cada vez tienes más espectadores y menos hinchas.

Y ojo, desde aquí no abogo por una austeridad radical en el fútbol. Las actuales SAD pueden crecer financieramente sin necesidad de degradar sus principios, del mismo modo que las empresas en un ejercicio de RSC (Responsabilidad Social Corporativa) pueden ser más competitivas sin contaminar o explotar a sus trabajadores. Se puede seguir cambiando el diseño de una elástica cada año, claro que se puede, pero se debe hacer bajo unos cánones y unas líneas rojas que no se pueden traspasar. No es casualidad que cada vez más marcas hagan ediciones retro, hasta el Atlético de Madrid va a volver a usar su escudo en un uniforme el próximo año. Pero los románticos aún podemos ganar la guerra, quizás no sea del todo tarde, o quizás intente consolarme con los últimos latidos que da el fútbol que conocimos.

Para los soñadores que aún creáis en la lucha, recordad: cada día de resistencia es una victoria. Resistid ante todo y ante todos. Estudiad y conoced la historia de vuestro club, respetadla como tus mayores lo hacían, y lo más importante, no dejéis de sentir, porque el balompié sin sentimiento no es absolutamente nada. Si al fútbol le quitas la pasión, te queda un mero deporte, una mera representación. El hincha es garantía de pasión y su camiseta es sagrada.

 

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