Última actualización noviembre 9, 2019 por Javier Argudo
Los hermanos Fritz y Max Linder decidieron acompañar a su padre y realizar una pequeña excursión a bordo del vapor Hertha, un pequeño buque que, surcando los ríos teutones, relucía ante el escaso sol alemán con dos colores inconfundibles: el azul y el blanco. Los jóvenes hermanos debieron quedar prendados tanto del color de aquel barco como de su nombre, una derivación de Nerthus, diosa de la fertilidad en la mitología nórdica, pues cuando decidieron crear un equipo de fútbol en el año 1892, el Berliner Fußball Club Hertha 1892 vistió los colores que daban vida a aquel barco y que a día de hoy siguen haciendo inconfundible al club alemán. Porque el Hertha ha vivido mucho (no en vano se le conoce como Die alte Dame: la vieja dama). Ha visto Imperios, Repúblicas, Guerras y Muros, pero el azul y el blanco sigue siendo el color de los amantes del fútbol berlinés.
El Hertha fue uno de los equipos que fundó la Federación Alemana de Fútbol en el año 1900, convirtiéndose desde los inicios del siglo XX en un asiduo de distintas competiciones de Berlín y Brandenburgo. Poco a poco se fue convirtiendo en el club más importante de la capital germana, pero el salto definitivo se produjo cuando en el año 1923 absorbió al Berliner Sport Club, dando lugar el Hertha BSC, nombre oficial que sigue teniendo en la actualidad. Se puede afirmar sin lugar a dudas que a raíz de la absorción llegaron los años más prolijos de la entidad berlinesa. Dos campeonatos de Alemania en 1930 y en 1931, así como ocho ligas de BerlínBrandenburgo entre 1925 y 1933, son prueba fehaciente de ello. Sin embargo, el oscuro águila que no tardó en abalanzarse sobre Europa comenzó hincando sus garras sobre la propia Alemania, siendo el Hertha uno de los damnificados.
EL HERTHA Y EL NAZISMO
Se ha especulado sobre el equipo al que seguía el dictador alemán cuyo nombre no merece ser recordado. Dicen las habladurías que es el Schalke 04 el club que tiene el dudoso honor de haber sido el equipo fetiche del fuhrer, pero lo cierto es que durante los inicios del III Reich, el Hertha de Berlín fue utilizado por el nazismo como un elemento de propaganda. De hecho, la directiva que había posibilitado las conquistas de la década anterior fue expulsada, accediendo a la presidencia Hans Pfeifer, miembro destacado del Partido Nazi. Bajo la nueva presidencia, el Hertha fue usado por el régimen, siendo enviado a jugar al Sarre francés, al Danzig polaco y a Eslovaquia, tres regiones que no tardaron en caer presa de la tiranía nazi.
En esta línea, desde el propio club se enviaban cartas a otros equipos tales como el West Ham, el Barcelona o el Ajax en las que se repetía hasta la saciedad que todo lo que llegaba al exterior sobre los abusos nazis no eran más que patrañas creadas por el judaísmo y el socialismo internacional. Pero lo cierto es que mientras se llamaba a la normalidad, el antisemitismo instalado en Alemania hubo de afectar al Hertha, siendo una muestra de ello el destino del médico del equipo, Hermann Horwitz, de apellido innegablemente judío, que fue deportado a Auschwitz con trágico desenlace.
No obstante, con el paso del tiempo el Partido Nazi puso sus ojos en otros equipos como el Schalke 04, el Stuttgart, o el TSV 1986 Munich, comenzando así la decadencia del Hertha. De hecho, cuando el Ejército Rojo comenzó a penetrar en Berlín y hubo de suspenderse la Gauliga (nombre con el que se denominaba a la primera división de la Alemania nazi), el Hertha ocupaba la penúltima posición; de ahí que haya quien diga que el Hertha fue salvado del descenso por el ejército soviético. Su estadio, empero, no pudo ser salvado. El 25 de abril, pocos días antes de que la hoz y el martillo ondearan sobre el Reichstag, los soviéticos conquistaron el distrito que había servido de hogar al Hertha. Gesundrunnen, el estadio que había sido testigo de la conquista de campeonatos e incluso de la visita de testigos ilustres como Peñarol de Montevideo, se hundió entre las ruinas y cenizas provocadas por los bombardeos; y con él, todo el pasado del club.
Comenzó así uno de los periodos más trágicos de la historia alemana, el de la división. Las autoridades aliadas suspendieron todas las asociaciones alemanas preexistentes, permitiéndose exclusivamente el funcionamiento de aquellos clubes deportivos que representaran a distritos. De este modo, el Hertha tuvo que ser rebautizado como SG Gesundbrunnen, no pudiendo recuperar el nombre de la diosa nórdica hasta el año 1949. En un Berlín en el que los equipos del Este empezaron a competir en la Liga de Alemania Oriental, el Hertha comenzó a jugar en la Oberliga de Berlín, donde la competitividad brillaba por su ausencia. A pesar de ello, la práctica totalidad de los futboleros de Berlín, con independencia de la zona de la capital en la que vivieran, eran aficionados del Hertha, y en los tiempos en los que el control de la frontera no era exhaustivo, era normal la peregrinación de aficionados del Este hacia Gesundbrunnen, que nuevamente reconstruido, estaba cerca la línea artificial que separaba dos países que hasta poco antes habían sido uno.
EL MURO DE BERLÍN
Pero llegó la fatídica fecha del 13 de agosto de 1961. El Muro de Berlín se levantó y de la noche a la mañana la ciudad quedó dividida en dos zonas infranqueables. Miles de aficionados, e incluso jugadores del Hertha, quedaron al otro lado del Muro, haciéndose imposible que cruzaran para poder disfrutar de los goles de su equipo. Así, durante los días de partido, eran muchos los simpatizantes de Berlín Oriental que se acercaban al Muro para escuchar el griterío que llegaba desde Plumpe, nombre con el que popularmente se llamaba al estadio del Hertha. Sin embargo, las autoridades de la República Democrática Alemana no tardaron en poner fin a esa situación, no solo prohibiendo la presencia de personas en los aledaños, sino incluso llegando a considerar el amor hacia el Hertha, equipo ya representativo de la Alemania capitalista, como una traición al nuevo Estado socialista.
Los aficionados del Este tenían al menos el consuelo de ver asomar el Plumpe sobre los muros de la cárcel que el Muro significaba para ellos, pero la situación no tardó en cambiar. En la temporada 1963-1964 echó a andar la Bundesliga y el Hertha se trasladó al Olympiastadion de Berlín. El estadio olímpico de la capital alemana tenía una importantísima carga simbólica. Fue allí donde Jesse Owens demostró al régimen nazi durante las Olimpiadas de 1936 que sus diatribas racistas no tenían razón de ser, pero aquella no era la casa del Hertha. El nuevo estadio estaba alejado de su barrio, y lo que era más importante, el Hertha ya no surcaba las aguas de la liga alemana con toda su tripulación a bordo, pues la mitad de sus aficionados debían seguirlo en la clandestinidad; negándose a animar al Dynamo de Berlín, el equipo de la temida a la par que odiada Stasi, o al TSC Berlín, que en 1966 se acabaría convirtiendo en el Unión Berlín.
La trayectoria del Hertha fue irregular durante los años que el Muro estuvo en pie. Bajó a segunda división en 1965 por temas relacionados con la corrupción (al estar rodeado por la RDA se vio obligado a pagar sueldos por encima del tope salarial para así atraer a jugadores); poco después volvió a la Bundesliga haciendo buenas campañas y llegando a jugar la Copa de la UEFA, donde cayó eliminado en semifinales por el Estrella Roja de Belgrado; y en 1980 descendió nuevamente a segunda, categoría en la que vagó durante la práctica totalidad de la década. Pero en la madrugada del 9 al 10 de noviembre el Muro fue derribado, acabando así con años de separación y sufrimiento. El fin de semana siguiente el Hertha jugó contra el Wattenscheid ante 59.000 personas. Miles de aficionados residentes en Berlín Oriental se enfundaron sus camisetas del Hertha que desde 1961 habían estado guardando como reliquias en sus cajones. Ese día, Die Alte Dame volvió a reunir a una afición que había estado separada por la Guerra Fría. Ese día, el Muro cayó para el mundo del fútbol.