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Auschwitz: El último partido del polaco Antoni Lyko

Última actualización septiembre 5, 2019 por Javier Argudo

La Segunda Guerra Mundial es sin duda la guerra más destructiva de la historia. Aquella locura bélica comenzó con la invasión alemana de Polonia. País que en opinión del historiador Roger Moorhouse soportó la peor parte del conflicto planetario, si es que, en algún caso, se pudiera calibrar la crueldad y el dolor.

Polonia quedó sometida a la brutal depravación de las ambiciones raciales del Tercer Reich. La población polaca fue oprimida, clasificada y deportada. Los polacos crearon el movimiento de resistencia clandestina más grande y efectivo de la guerra, la ZWZ.

ANTONI LYKO, «EL HOMBRE SIN NERVIOS»

Miembro de aquella heroica resistencia fue Antoni Lyko, “el hombre sin nervios”. Un apodo que en contra de lo que pudiera parecer entre toda aquella amargura polaca, no le provenía por no temblar al disparar un fusil o al zafarse del acoso nazi, sino por su templado disparo y fino regate dentro del área de un campo de fútbol. Donde todos se ponían nerviosos él mostraba un temple inigualable.

Ligero, rápido y habilidoso, no tardó en despuntar en el fútbol profesional. Con 23 años fue fichado por el Wisla de Cracovia, uno de los clubes más laureados de Polonia. Con la estrella blanca en el pecho despuntaría de sobremanera, llegando a ser convocado por la selección polaca para disputar el Mundial de Francia 1938, el último gran tornero internacional que se celebró antes de que la locura invadiera Europa. Desde el banquillo vio como el brasileño Leónidas destrozaba al equipo polaco, a pesar de los 4 goles de su compañero Ernest Wilimovsky, meses antes de que su carrera y su país se deshicieran.

Antoni Lyko fue objeto del funesto plan nazi de exterminación polaca, trazado por el afán de aniquilar a la población más instruida: pensadores, médicos, ingenieros, políticos, estudiantes y deportistas. Tras ser vinculado con la ZWZ fue detenido y deportado al campo de concentración de Auschwitz. Cambió el número 11 cosido a una camiseta de deporte por el 11.780 pintado sobre un pijama de rayas.

En aquel campo de los horrores, Lyko trabajó sin descanso, fue sometido, fue humillado. Los nazis señalaban a los reclusos ilustres para denigrarlos, para deshonrarlos en sus sobresalientes aptitudes. Buscaban a los literatos para hacerlos recitar, buscaban a los políticos para hacerlos predicar… buscaban a los futbolistas para hacerlos jugar al fútbol. Con el firme propósito de dañarlos donde los golpes y las armas no llegaban. Los sometían en lo que más amaban, los hundían psicológicamente para su propio divertimento.

El 2 de junio de 1941, Antoni Lyko fue seleccionado para disputar un partido contra los nazis, uno de los denominados por los propios soldados como “partidos de la muerte”, donde habitualmente la derrota era penada con la muerte. Animado por los reclusos polacos, Lyko se apretó las botas más fuerte que nunca, no estaba dispuesto a sufrir otra humillación, con balón mediante no se reirían de él.

«La mayoría de las veces, los polacos tenían demasiado miedo de hacer un gol, porque después del partido podía recibir un golpe de los jefes. Antes del partido le pedí que le hiciera dos goles a los alemanes. Incluso le prometí cigarrillos. Lyko cumplió con su parte del trato».

Czesław Sowul, Preso político polaco sobreviviente a Auschwitz

Por desgracia nunca llegó a disfrutar de aquel codiciado premio. En la noche siguiente fue seleccionado para ser parte del macabro colofón de una fiesta nazi, la matanza de ochenta prisioneros pertenecientes a la élite de la sociedad polaca.

En un acto de pundonor incomparable, Antoni Lyko resistió la ejecución colectiva e intentó ponerse en pie hasta en dos ocasiones. Para aplacar aquel acto heroico el propio Hauptsurmführer Karl Fritzsch, se acercó medio borracho y con su arma de mano lo ejecutó ante el júbilo de los suyos.

El hombre sin nervios murió, descalzo, con el torso desnudo y las manos atadas con alambre. Rememorando sus éxitos futbolísticos, el mundial de Francia y sus dos últimos goles, los que más feliz le hicieron, los que batieron a un portero nazi.

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