Última actualización agosto 18, 2023 por colgadosporelfutbol
Si Benedetti decía que los estadios vacíos son esqueletos de multitudes, seguramente hay aficionados que suponen órganos casi vitales en el cuerpo de un club. Gabriel Ortiz López fue uno de ellos. Nació en el bilbaíno barrio de Santa Cruz en 1920. Ya de bien pequeño se sintió atraído por el fútbol, no tanto como deportista sino como apasionado seguidor y, por supuesto, fue siempre fiel al equipo de su ciudad: el Athletic Club de Bilbao.
Del Athletic a muerte
Lo demostró desde muy temprana edad. Con trece años se escapó de casa para viajar de polizón hasta Barcelona, colándose en un camión de transporte de pescado, a ver a su equipo del alma jugar la final de la Copa contra el Madrid de Zamora, Quincoces y los hermanos Regueiro. Y logró un dos por uno. Ese día, 25 de junio de 1933, y en el mismo estadio de Les Corts, también jugaba el Erandio la final del Campeonato de España de aficionados contra un Sevilla en el que solo podían formar aquellos jugadores con ficha amateur. Gabriel Ortiz vio ambos encuentros y disfrutó la doble victoria de los equipos vizcaínos.
El Athletic Club de Bilbao venció por 2 a 1 con goles rojiblancos obra de Lafuente y Gorostiza. Regresó a Bilbao en el autobús del Erandio, celebrando con la plantilla la consecución del título de aficionados, al haber derrotado por 1 a 0 a los sevillistas.
Era el inicio de la “carrera” del que sería el seguidor más popular del Athletic, “Rompecascos”. Su apodo lo decía todo. Era un tipo peculiar, amigo de frecuentar tascas, trabajaba en la mar y tenía como especialidad romperse botellas de cristal vacías en su cabeza -que cubría con una tradicional chapela- cada vez que su equipo marcaba un gol en los partidos que TVE televisaba y que el famoso aficionado veía en sus bares de cabecera. Tras, el gol, el golpe seco de la botella sobre su cabeza y un grito: «¡Pa los pollos!».
Al parecer, según él mismo contaba, “Rompecascos” se convirtió en un especialista del tema cuando, en una pelea tabernaria, un marinero noruego le rompió una botella en la cabeza. No sintió dolor alguno, según él, la chapela le protegía e inmunizaba, aunque la dureza de su cráneo seguramente ayudaba. También contaba con otro tipo de habilidades que llevaban la risa a los parroquianos de los bares que frecuentaba, como abrir nueces con el trasero o beberse de un único trago botellas enteras de vino tinto.
El grito del Athletic
Pero si por algo pasó a la historia “Rompecascos” fue por su grito de ánimo (comenzó a realizarlo a principios de la década de los sesenta) durante los partidos que el conjunto bilbaíno disputaba en San Mamés, un “Athleeeeetic” que, con su potente vozarrón, se hacía atronador en el estadio y que el resto del público respondía con un “eup”. Hoy en día, es el grito de guerra de los leones, hasta tal punto que el himno del club comienza con el mismo. “Rompecascos” abandonó su sagrado San Mamés poco antes de fallecer, tras la segunda victoria liguera del Athletic Club de Bilbao de Javier Clemente en 1984, pero su grito perdurará para siempre en el aficionado “athleticzale”.