Última actualización agosto 29, 2020 por Javier Argudo
Uno de los recuerdos que más marcaron mi infancia futbolera fue el de la detención de Ponce, un futbolista del Real Murcia, jugador que era habitual en las colecciones de cromos de los años setenta de las que yo era un auténtico fanático.
José Luis Ponce era un defensa pimentonero, surgido de la cantera del Real Murcia y reconvertido de delantero centro a lateral derecho. Para llegar al conjunto grana, por aquellos entonces un equipo ascensor, a caballo entre Primera y Segunda División, no lo tuvo fácil. Acabada su etapa juvenil fue descartado y tuvo que labrarse un futuro en equipos “menores”. Primero, el Águilas, equipo de Tercera División de su tierra murciana y luego el Orense, por aquellos entonces en Segunda División.
Su fichaje por el club gallego fue una apuesta del entrenador vizcaíno José Luis Molinuevo, que veía en Ponce a un prometedor delantero centro que podría servir como alternativa de futuro al titular, Abel. La oferta era buena, 60.000 pesetas de ficha anual más 2.500 de sueldo mensual. Así, el joven murciano embarcaba en su aventura gallega cargado de ilusión, con apenas diecinueve años y el apoyo de un entrenador que veía el potencial del futbolista. Pero las cosas en el mundo del fútbol no siempre van rápido.
La confianza en Abel fue absoluta y Ponce tan solo disputó dos encuentros ligueros aquel curso. El Orense realizó una buena temporada y eso conllevó que Molinuevo abandonara el club y fichase por el Sporting de Gijón. Su mentor se marchó, pero también lo hizo el delantero centro que le cerraba el paso en la titularidad, Abel volvió al Racing de Santander, club que tenía sus derechos federativos y le había cedido al equipo gallego.
Le quedaba la puerta expedita para que el murciano se hiciera con el puesto de titular, pero el nuevo entrenador, Juan José Urquizu, no confiaba en exceso en él y en la propia pretemporada el futbolista ya adoptó un papel nuevamente secundario en el equipo. Cerró el año con solo 8 partidos jugados y únicamente un gol en su cuenta particular. El Orense le dio la baja y el futbolista comenzó un periplo por distintos equipos de Tercera División. Primero en el Albacete Balompié, donde estuvo una temporada sin demasiado éxito personal, aunque el club se proclamó campeón de su grupo, y más tarde en el conjunto balear de Constancia de Inca, donde fue reconvertido de delantero centro a lateral derecho y empezó una nueva y exitosa etapa en el fútbol profesional.
Dos años con muy buen rendimiento en el conjunto de Inca, hicieron que un Primera División se fijase en él. El Elche pagó 800.000 pesetas por su fichaje y el jugador debutó en Primera, algo que parecía ya una quimera. Lo hizo marcando, ni más ni menos, que a Paco Gento en el Bernabeu. No le fueron demasiado bien las cosas al conjunto ilicitano, que salió derrotado por 4 a 1 (con doblete del extremo cántabro), pero ahí empezó una carrera profesional que le llevó a jugar en históricos clubes en Primera y Segunda División.
Tras el Elche pasó por el Córdoba, Calvo Sotelo y Hércules y de ahí, por fin, y con treinta años cumplidos, al equipo de su tierra: el Real Murcia, entonces en Tercera y donde vivió la mejor etapa deportiva de su carrera, siendo titular indiscutible y logrando dos ascensos consecutivos: de la categoría de bronce a la de oro. Ponce se convirtió en un factor clave en el aspecto deportivo del club, pero las noticias de su vida desordenada llegaron a oídos de entrenador, Felipe Mesones, y directivos, y pese a haber disputado 24 encuentros como titular en Primera División de la temporada 1973-74, faltando solo algunos en los que tuvo problemas físicos, se optó por no renovarle.
Ponce se había sumergido en el mundo de las drogas, en concreto en el de las pastillas que estaban muy de moda en aquellos tiempos: las centraminas. Tras desvincularse del equipo de sus amores, acepta una oferta que le realiza un representante. Le prometió que jugaría en el fútbol francés, en el Olympique de Marsella, un equipo de la máxima categoría del fútbol galo en el que jugaban algunos futbolistas de renombre como el central Marinus Trésor o el delantero de la selección brasileña, Jairzinho.
Viajó junto a su representante a Francia, pero allí todo se vino al traste. Las noticias sobre su “mala vida” habían trascendido y los informes recibidos de España hicieron que se desaconsejara su fichaje. El representante trató de negociar una prueba que el club francés tampoco aceptó. Tras un par de días en la ciudad, Ponce rompió con su agente y regresó, acompañado de una mujer, a España, haciendo escala en Andorra donde compró una escopeta y un revolver, con los que consiguió cruzar la frontera.
Usó la pistola para cometer dos atracos, uno el 7 de octubre en Murcia, en el Banco Ibérico, y otro el 23 de diciembre en Orihuela, en la Caja Rural, obteniendo un botín de 1.070.000 y de 204.000 pesetas, respectivamente. Fue este segundo robo por el que cayó. Los empleados de la caja no se creyeron que la pistola fuera de verdad y se abalanzaron sobre él, causándole heridas en el rostro y obligando a que el futbolista usara su arma, realizando tres disparos intimidatorios. Fueron las heridas de su cara las que precipitaron su caída. Cinco días después del atraco la noticia de la detención del conocido futbolista José Luis Ponce por el atraco de dos entidades bancarias sonaba a inocentada, pero era real.
El 28 de diciembre de 1974 fue apresado en Córdoba y se confesó autor de ambos hechos delictivos. Juzgado y condenado a seis años de cárcel, tras cumplir su pena, consiguió rehabilitarse por completo y quedó su historia grabada como otro ejemplo evidente del futbolista profesional que, teniendo una buena vida a su alcance, acabó cayendo en el más profundo pozo del alcohol y las drogas.