Última actualización noviembre 12, 2019 por Javier Argudo
“Por eso te sigo en las buenas y en las malas, ganes o pierdas a mí no me importa nada, porque a pesar de todo lo que hemos pasado, San Lorenzo querido, siempre estaré a tu lado”. Han pasado algo más de dos años desde que volví de Buenos Aires a Sevilla, dos años desde que dejé de acudir cada domingo al Nuevo Gasómetro como sustitutivo del coliseo que se encuentra al final de la Avenida de la Palmera. Sin embargo, esta letra, surgida del alma de la grada popular en la que La Gloriosa Butteler hace las delicias del aficionado al fútbol, sigue resonando en mi mente como si de un soniquete se tratara. La canté cada vez que pisé el Pedro Bidegain durante el tiempo en el que fui socio del equipo que colorea de azulgrana el barrio de Boedo, animando al Ciclón como si me fuera la vida en ello, pero sin ser plenamente consciente del trasfondo de la misma. Aquella frase que rezaba “a pesar de todo lo que hemos pasado” escondía detrás una historia fascinante, cargada de sentimiento, política e identificación del equipo con un barrio de cuyo seno fue arrancado.
Del mismo modo que Boca Juniors no puede concebirse sin el puerto en el que atracó aquel buque de bandera sueca, ni River Plate puede ser separado de Núñez, la unión de San Lorenzo y Boedo es tan fuerte que no es comprensible que, después de tantos años, el Cuervo siga distanciado del barrio que le vio nacer y crecer. Por suerte, es cuestión de tiempo que esta afrenta histórica quede saldada, fundamentalmente gracias al papel desempeñado por una afición que ha luchado para que el fútbol vuelva a colocar en su lugar lo que los militares argentinos tuvieron la desfachatez de extirpar. Empieza aquí una historia de ida y vuelta, comienza el relato de cómo San Lorenzo fue expulsado de su barrio y la lucha de una afición por volver, no solo a la que es su casa, sino a su razón de ser.
El recuerdo de Los Matadores (el equipo de San Lorenzo que conquistó invicto el Trofeo Metropolitano de 1968), todavía estaba presente en la memoria de los aficionados argentinos cuando al inicio de la década de los 70 la institución más importante de Boedo se despertó con una noticia ingrata. De nada importaba que Rodolfo Fischer hubiera marcado el gol decisivo en la final de aquel torneo disputada contra Estudiantes. La alegría que acompañó a los hinchas de San Lorenzo desde aquella victoria se esfumó cuando en el año 1971 el Gobierno militar de Agustín Lanusse decidió implementar cambios sustanciales en el trazado urbanístico de Boedo, los cuales afectaban a la ubicación del estadio. Pero la amenaza de Lanusse no fue sino un primer paso de todo lo que estaba por venir. El derrocamiento de Isabel de Perón en 1976, el ascenso al poder de Videla y el inicio del Proceso de Reorganización Nacional (pues estaba de más denominarlo oficialmente Dictadura genocida), no solo supusieron dolor y lágrimas para un pueblo que veía como sus hijos desaparecían de la noche a la mañana, sino que además tuvo su reflejo en el mundo del fútbol, y San Lorenzo, sin duda alguna, fue el mayor perjudicado.
No se sabe a ciencia cierta si el hecho de que la primera aparición pública de las Madres de Plaza de Mayo fuera en el Gasómetro tuvo algo que ver con el tratamiento sufrido por el club desde entonces, pero a partir de aquel momento, los movimientos en torno a la separación de San Lorenzo y Boedo comenzaron a acelerarse. Tras la celebración de un Mundial organizado por y para la Dictadura, que si bien se tradujo en la victoria argentina, no pudo acallar los gritos de terror que atravesaban los muros de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada y lugar de detenciones, torturas y asesinatos, situada muy cerca del estadio de River Plate), San Lorenzo se vio obligado a abandonar tanto su cancha como su barrio.
El primer partido disputado durante la dictadura había enfrentado a San Lorenzo y Quilmes. Premici hizo el único gol del encuentro y los aficionados de un San Lorenzo que andaba primero en la clasificación todavía no eran muy conscientes de lo que se les venía encima. Al igual que tampoco lo fueron pocos años más tarde, cuando el 2 de diciembre de 1979 jugaron su último partido en el 1700 de la Avenida de la Plata contra Boca Juniors. ‘El loco’ Gatti le detuvo un penalti a Hugo Coscia, desvaneciéndose cualquier posibilidad de que San Lorenzo venciera el campeonato aquella temporada. La gran mayoría de la parroquia azulgrana no lo sabía, pero aquella atajada les había privado de celebrar un último gol en el barrio de Boedo.
Osvaldo Cacciatore, intendente porteño de infausto recuerdo, había recuperado la idea de la remodelación urbanística ideada por Lanusse, y en su intención de construir complejos residenciales, el estadio debía desaparecer. Se trataba de un contexto en el que el club despertaba recelos dentro de los altos mandatarios argentinos, lo que se tradujo en el hecho de que San Lorenzo no recibiera ningún tipo de ayuda por parte del Gobierno militar (no debe olvidarse, por poner un ejemplo, que la cancha de River fue remodelada completamente por el Gobierno de cara al Mundial, mientras que la posible remodelación del Gasómetro nunca estuvo sobre la mesa). Y estos recelos surgieron porque el Gasómetro era mucho más que un mero estadio de fútbol. Era un centro social en el que confluía la vida del barrio, y en el que se organizaban eventos deportivos que iban más allá del fútbol, así como actividades sociales y culturales. Cultura y sometimiento de un pueblo no van de la mano, y eso era bien sabido por parte de la dictadura.
De nada sirvió que en el año 1980 tuviera lugar una movilización de la hinchada con el objetivo de que el Gasómetro volviera a ser la sede del club. Cacciatore no solo llegó a amenazar con pasar apisonadoras sobre el estadio, como ya había ocurrido con algunas villas de la Capital (por ejemplo, Excursionistas recibe el apodo de Villeros porque su campo se asienta en la antigua villa del Bajo Belgrano), sino que también amenazó al entonces presidente del club, Vicente Bonina, al requerirle que, por el bien de sus hijos, ambos en la Universidad, abandonaran definitivamente los terrenos de Boedo. No cabe duda del impacto económico, social y psicológico que el abandono del barrio tuvo para San Lorenzo: endeudado, y con el alma rota, se vieron obligados a malvender su hogar, llegando a descender a la segunda categoría del fútbol argentino y viéndose obligados a vagar durante años por estadios ajenos.
Una derrota contra Argentinos Juniors en el estadio de Ferro Carril Oeste en agosto de 1981 dio con los huesos del Ciclón en la B. Sin embargo, los descensos pueden convertirse en una prueba de la fidelidad de los hinchas y del amor por unos colores que traspasan la camiseta para quedar impregnados en la piel. Tras muchos partidos de local en canchas como las de Ferro, Atlanta o Vélez (cuenta la leyenda que muchos niños de Vélez se terminaron haciendo de San Lorenzo por la ingente cantidad de personas que arrastraban a cada encuentro), el Cuervo pudo volver a lo más alto, contando con el honor de haber vendido más entradas que cualquier equipo de la primera categoría, siendo prueba de ello las 75.000 personas que acudieron al estadio de River Plate para ver un San Lorenzo – Tigre. La fiesta final tuvo lugar en el campo de Vélez, donde una victoria por la mínima ante El Porvenir devolvió la sonrisa a la cara de los aficionados que veían como la deshonra de la B quedaba atrás.
Ciclón… Ciclón…
Tan sólo es un año
Te vamos a seguir
A donde quieras ir
Ciclón… Ciclón…
Así cantó la hinchada azulgrana durante el que ha sido su único año en la B como profesional (la otra ocasión en la que anduvo por los infiernos todavía se movía por el mundo del amateurismo), y con ese cántico volvieron al lugar que les correspondía. Pero cuando hablamos de volver, solo podemos referirnos a la categoría, pues la vuelta a Boedo siguió siendo un anhelo. En este punto de la historia cabría pensar que la odiosa reforma urbanística ya habría tenido lugar, sin embargo, la dictadura tenía otros planes para el terreno que habían usurpado. A pesar de que una primera ordenanza municipal prohibía la construcción de emprendimientos comerciales, la derogación de la misma se tradujo en la venta de los terrenos a la empresa Carrefour, la cual no tardó en levantar un supermercado que durante muchos años se ha erigido como la vergüenza de un barrio. El Gasómetro, epicentro de pasiones desbordadas, lugar que había sido testigo de galopadas mágicas, goles imposibles y paradas inverosímiles, ahora estaba lleno de pasillos con carritos de la compra, empanadas, alfajores y cerveza Quilmes.
Una vez que se confirmó la pérdida de su hogar, San Lorenzo vagó durante varios años por diferentes estadios porteños, hasta que en el año 1993 se inauguró parcialmente el Nuevo Gasómetro. Situado en el Bajo Flores, la nueva cancha no se encuentra muy lejos de Boedo, de hecho, todos mis domingos en la popular de San Lorenzo fueron precedidos de previas en Boedo donde el Fernet y la cerveza sirvieron para allanar el camino a la victoria; pero por muy cerca que esté, aquello no es Boedo. De nada ha servido que durante los años de exilio San Lorenzo haya ganado Ligas, Supercopas, Sudamericanas y Libertadores. Independientemente de que se consiguiera tener un estadio propio, y que durante los años de exilio el equipo haya sido capaz de volver a tocar plata, la afición nunca ha dejado de mirar con nostalgia las calles de su barrio.
“Yo te prometo que muy pronto volveremos a levantar los escalones en Boedo”. Así continúa el cántico con el que inicié el artículo, y lo cierto es que el retorno se convirtió en una obsesión que a día de hoy está cercana a cumplirse. El parlamento argentino aprobó una Ley de Restitución Histórica (cuán lejos estamos de nuestros hermanos del Río de la Plata) con la que se buscaba, entre otros menesteres, restituir el daño causado por los años de la dictadura. Fueron muchos los que respiraron aliviados tras tantos años de pérdidas y humillaciones, y San Lorenzo, junto con miles de argentinos, vio satisfechas sus exigencias. Carrefour quedaba obligado a devolver los terrenos al club, eso sí, previo pago de 94 millones de pesos argentinos.
Sin necesidad alguna de contar con petrodólares, los hinchas del club han ido comprando paulatinamente metros cuadrados del terreno al precio de 2.880 pesos, pudiendo acceder al pago en cómodos plazos y así volver al barrio del que nunca debieron partir. Ya solo es cuestión de tiempo que la Avenida de la Plata se vuelva a inundar cada domingo con los miles de aficionados que viven por y para San Lorenzo. Será entonces cuando el Cuervo vuelva a remontar el vuelo, y así, desde los cielos de Boedo, pueda volver a reinar sobre el fútbol argentino.