Última actualización marzo 30, 2020 por Javier Argudo
La patada de Boban es una de las imágenes más icónicas del mundo del fútbol de los años 90. Para muchos, esta acción fue uno de los acicates definitivos para una guerra que estaba a punto de comenzar en la zona de Los Balcanes.
En la década de los setenta Yugoslavia emergía como referencia del mundo del deporte europeo. El régimen de Tito había construido una cultura deportiva de alto nivel, a base de crear academias y perfilando un estilo autóctono que hizo que el país destacase, curiosamente, en disciplinas deportivas de equipo. A finales de los ochenta las victorias mundiales y olímpicas se acumulan en disciplinas como baloncesto, balonmano o waterpolo; sin embargo los triunfos futbolísticos no llegan.
Al albor de aquellos éxitos se gesta la generación dorada del fútbol yugoslavo. Los Boban, Prosinecki, Savicevic, Jarni, Suker o Mijatovic; se presentaron al Planeta Fútbol ganando el mundial juvenil de Chile’87. Otros como Jugovic, Mihajlovic o Boksic se habían quedado fuera de la convocatoria. Sin duda aquella era una generación llamada a dominar el fútbol de los noventa, pero, por desgracia, las dificultades que acuciaban al país a comienzos de la década, hicieron que aquel equipo tuviera un recorrido demasiado corto. Las tensiones provenientes de la composición multiétnica del Estado Socialista de Yugoslavia comenzaba a desquebrajar el conglomerado balcánico.
ZVONIMIR BOBAN, ICONO CROATA
Uno de los mayores exponentes de aquella gran generación era Zvonimir Boban. Un futbolista al que los tiempos revueltos que le tocaron vivir, le llevaron de ser el ídolo de Yugoslavia a icono independentista croata en apenas dos años y medio. Justo el tiempo que transcurrió entre dos de sus zapatazos más célebres.
El primero lo dio el 25 de octubre de 1987, en el penalti decisivo de la tanda fatídica que decidió el campeonato mundial juvenil. Boban introducía el balón en la portería germana para convertirse en héroe yugoslavo. El segundo sucedió el 13 de mayo de 1990, en mitad de la batalla campal en la que se había convertido un Dinamo de Zagreb – Estrella Roja, la figura del “10” emergió entre la muchedumbre para patear a un policía serbio y erigirse en imagen del movimiento independentista croata.
Aquella bota derecha fue el fiel reflejo de la caída del Estado de Yugoslavia, el preludio de una guerra que se iniciaba formalmente unos meses más tarde y que se prolongaría durante toda una década hasta convertirse en el conflicto más sangriento vivido en suelo europeo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.