Última actualización septiembre 23, 2020 por Javier Argudo
En el momento en el que los bolcheviques atravesaron la gran plaza que separa el Palacio de Invierno del resto de San Petersburgo, nuestra historia cambió. Aquellos “diez días que estremecieron al mundo” (tomando prestado el célebre título del periodista norteamericano John Reed) se tradujeron en la creación del primer Estado socialista de la historia, poniendo fin a un régimen zarista que tras siglos en el poder se había demostrado incapaz de modernizar un país que, en muchos aspectos, seguía basándose en una organización prácticamente feudal. Los soviets empezaron a expandirse por todo el territorio ruso; se firmó la paz de Brest-Litovsk, por la cual, la recién nacida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (en adelante URSS) abandonó la I Guerra Mundial; y al poco tiempo, el nuevo poder obrero hubo de hacer frente a un levantamiento de nobles zaristas que, con el apoyo de las potencias europeas, sumieron al país en una guerra civil. Cuando el conflicto bélico finalizó y los bolcheviques pudieron asentarse de forma estable en el poder, nada volvió a ser lo mismo, y el fútbol, por supuesto, no fue una excepción.
El football, pues en los primeros instantes de la exportación de este deporte se siguieron utilizando términos ingleses, desembarcó en Rusia a finales del siglo XIX. La ciudad de San Petersburgo (su capitalidad y su cercanía a Europa occidental no fueron casualidad) albergó el primer encuentro en el año 1898, mientras que Moscú hubo de esperar a 1901. Al igual que en el resto de Europa, términos como offside o corner se generalizaron entre aquellos jóvenes (y no tan jóvenes) rusos que quedaron fascinados por el nuevo juego que llegaba desde las islas británicas. Durante estos primeros compases se organizaron distintas ligas locales en las ya citadas San Petersburgo y Moscú, además de en otras ciudades rusas, aunque bien es cierto que la uniformidad en las reglas brillaba por su ausencia. Por ejemplo, en los inicios de la andadura del fútbol en Rusia fue común encontrarse con distintas dimensiones en los terrenos de juego, un factor que, unido obviamente al amateurismo, podría explicar el escandaloso 0 a 16 que Rusia recibió por parte de Alemania en los Juegos Olímpicos de Estocolmo de 1912, la primera vez que el fútbol ruso participó en unas Olimpiadas.
Poco después del desastre olímpico estalló la I Guerra Mundial. La toma del poder por parte de los bolcheviques y una guerra civil que se alargó hasta el año 1923 provocaron que el deporte no fuera una de las principales preocupaciones del nuevo gobierno encabezado por Lenin. No obstante, el fin de la contienda civil supuso el inicio de la organización socialista de la sociedad rusa, con independencia de que desde el año 1921 se pusiera en marcha la NEP (Nueva Política Económica) con el objetivo de relanzar la economía mediante la mezcla de elementos capitalistas y comunistas. Esta nueva organización estatal supuso una reorientación de la concepción del deporte, apostando por un enfoque educativo y formativo que contrastaba enormemente con la mentalidad arraigada en Europa y América. En este sentido cabe destacar la medida adoptada por el Consejo Provincial Moscovita para la Cultura Física en el año 1924, cuando planteó un sistema de competición donde la puntuación no era sino un elemento más a tener en cuenta, combinándose con otros factores como el número de expulsados o la utilización de futbolistas que también participaran en otras disciplinas deportivas.
Este tipo de disposiciones se comprende si se tiene en cuenta que durante los primeros años de hegemonía soviética el fútbol fue considerado como un deporte burgués, cuyo principal riesgo era el de lesionar a las masas proletarias. Sin embargo, con el ascenso de Stalin al poder la situación comenzó a cambiar para el balompié. El dictador georgiano nunca llegó a plantearse que “la forma política más apropiada para el fútbol [fuera] la del socialismo”, tal y como aseguró Simon Critchley muchos años después. Ni tampoco expuso la idea, como sí hizo Antonio Gramsci, de que el fútbol fuera el “reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”. Stalin apostó por el fútbol, pero no porque compartiera los postulados del comunista italiano, sino porque consideró que la URSS debía “adelantarse sistemáticamente a los logros de los atletas burgueses de los países capitalistas”. Fue así, por motivos meramente propagandísticos, como la Unión Soviética dejó de lado la perspectiva educadora de los deportes y desarrolló su profesionalización, incluyéndose, como no podía ser de otro modo, el fútbol. De hecho, fue así como en mayo de 1936 se organizó una Liga soviética, donde los equipos más potentes de toda la federación socialista comenzaron a luchar por la hegemonía del fútbol proletario.
Llegados a este punto cabría preguntarse qué tuvo de particular el fútbol soviético, especialmente si tenemos en cuenta que no tardó en pasar del amateurismo al profesionalismo, imitando el modelo del fútbol capitalista. No es éste un artículo en el que vaya a desarrollarse la historia del fútbol soviético, pues, entre otras cosas, serían necesarios varios libros solo para poder abarcar tantos años de historia balompédica. Lo que pretendo, sin embargo, es centrarme en una de las particularidades surgidas durante los primeros años del régimen, cuyas consecuencias se extienden hasta nuestros días. Me refiero a la filiación, y en consecuencia, al nombre de buena parte de los equipos que se fueron organizando, no solo en territorio de la URSS, sino también en aquellos países que tras la II Guerra Mundial pasaron a estar bajo la órbita soviética.
A partir del año 1923 la organización del deporte comenzó a sufrir una transformación radical que fue más allá de la concepción del mismo como una actividad amateur. Desde ese mismo año solo se reconocieron aquellas sociedades que estuvieran relacionadas con organismos territoriales o con empresas (de carácter público, por supuesto). Así, se crearon nuevas entidades deportivas que contaban con una sección de fútbol; al mismo tiempo que otras sociedades previas a la revolución, o bien desaparecieron, o bien pasaron a estar administradas por las entidades de nuevo cuño. Fue así como empezaron a surgir nombres tales como CSKA, Dynamo o Lokomotiv, los cuales han pasado al imaginario colectivo de todos los aficionados al fútbol.
CSKA
El CSKA (las siglas pertenecen a Club Deportivo Central del Ejército) se fundó originariamente en 1911, pero en el año 1923 fue transferido al Ejército Rojo, el cual, comandado por Trotsky, acababa de vencer la guerra civil. Se convirtió oficialmente en el equipo del ejército, y en consecuencia, en uno de los conjuntos más fuertes de la liga soviética, destacando por la posibilidad de usar jugadores que se encontraran realizando el servicio militar. Además, sus siglas no fueron usadas exclusivamente dentro del ámbito ruso, sino que a día de hoy siguen existiendo otros equipos tales como el CSKA de Sofía o el CSKA Pamir Dushanbe (de Tayikistán), que dan buena muestra de los antiguos resortes del poder soviético en el fútbol del Este.
DYNAMO
El Dynamo es otro equipo que resuena en la mente de todos los amantes del deporte rey, y al igual que ocurriera con el CSKA, encontró réplicas en otros países de Europa del Este tras la II Guerra Mundial. Así, estamos acostumbrados a escuchar noticias del Dynamo de Kiev, el Dynamo de Zagreb o el Dynamo de Tiblisi, y aunque ya no resuenen tanto, las hazañas de equipos tales como el Dynamo de Berlín, el Dynamo de Bucarest o el Dynamo de Dresden siguen en la memoria de sus seguidores. No obstante, el Dynamo de Moscú, así como sus réplicas en otros territorios socialistas, nunca fue visto con buenos ojos por gran parte de la población de sus respectivos países, pues bajo su nombre se encubría al equipo de fútbol de los servicios de seguridad, temidos y respetados a partes iguales.
SPARTAK
El nombre de Spartak, por su parte, surge en un contexto completamente distinto. En un primer momento el club fue creado en la zona de Presnya (renombrado Krasnaja Presnya tras el triunfo de la revolución) bajo el nombre de Moskovski Kruzok Sporta, aunque popularmente siempre se le denominó Krasnaja Presnya, de manera que un año más tarde adoptó tal denominación de forma oficial. A raíz de las reformas ya comentadas del año 1923, la entidad pasó a estar regida por el comité del barrio del Komsomol, pero en el año 1926 se produjo una nueva reforma deportiva en la URSS, y se decretó la supresión de todos los equipos ligados a barrios, permitiendo exclusivamente la pervivencia de las sociedades que se relacionaran con empresas. De esta forma, el Krasnaja Presnya se convirtió en el Pisceviki (cuya traducción directa es “alimentaristas”), relacionado con el Comité Central del Sindicado de Trabajadores del Sector Alimenticio. Años más tarde, en 1931, el Sindicato del que dependía el equipo se desmembró en varias organizaciones, pasando el club a recibir el nombre de Promkooperaciya (Cooperativa de producción). Pero fue finalmente en el año 1936 cuando, tras la aprobación conjunta del Consejo Pansoviético para la Educación Física y del Consejo de Comisarios del Pueblo de la Unión Soviética se aprobó, a propuesta de los hermanos Starostin (miembros y fundadores del club) el nombre de Spartak. Con esta denominación no hacían referencia a ningún hito de la nueva URSS, sino que recordaban a Espartaco, el célebre esclavo que encabezó una rebelión contra Roma.
LOKOMOTIV, TORPEDO, METALLURG…
No cabe duda de que CSKA, Dynamo y Spartak son los equipos que más reconocemos cuando hablamos del fútbol soviético. No obstante, existen otros combinados cuyos nombres hemos asimilado hoy en día, pero que también hunden sus raíces en decisiones de las nuevas autoridades soviéticas. Así, el mítico Lokomotiv fue un club dependiente de la industria del ferrocarril; el Torpedo, por su parte, fue fundado en torno al sector automovilístico; el Metallurg, como su propio nombre indica, creció a la sombra de la industria metalúrgica; y el Shaktar Donetsk se relacionó con la industria del carbón de esta región ucraniana (no en vano, Shaktar significa “minero del carbón”). Y la lista se extiende hacia equipos menos conocidos, como fue el caso del Chernomorets, que significa literalmente “marineros del Mar Negro”; el Krylia Sovetov, que puede ser traducido como “alas de los soviets” y englobaba la industria aeronáutica; el Stroitel, que se encargaba de aglutinar a los trabajadores de la construcción; o el Khimik, el equipo erigido en torno la industria química.
Pero la URSS, y con ella el entramado de equipos dependientes de los distintos sectores productivos del país, llegó a su fin. Al igual que ocurrió con el resto de las empresas soviéticas, el arribo del libre mercado convirtió a todos estos equipos en entidades privadas que en la mayoría de los casos subsisten con más pena que gloria. Solo el futuro nos dirá si podremos ver a un nuevo Lev Yashin levantando un título internacional con el Dynamo de Moscú, pero lo cierto es que el fútbol negocio hace tiempo que llegó a la puerta de Rusia, y con él, el misticismo de aquellos equipos cuyos nombres nos siguen fascinando, salió por la ventana.